30 de agosto de 2008

¡Larga vida a RBD!', gritan fans durante marcha

Desde hace mucho tiempo las marchas multitudinarias han servido como práctica generalizada para exponer la inconformidad de un sector social, el cual sale a las calles para hacer públicas sus demandas y para exigir una vía de solución al conflicto, claro, siempre en los términos que ellos mismos plantean.
Así, lo mismo da que la marcha sea movida por la inseguridad que se vive en todo el país, por la defensa de los recursos naturales o de los hidrocarburos; o bien, por la no desintegración de RBD, un grupo de música pop juvenil.
Es decir, lo relevante no es el por qué de la manifestación, sino la manifestación misma y su efecto posterior. Es cierto, cada quien hace uso de su libertad para expresarse como mejor le plazca, sin embargo, el verdadero problema es que no hemos logrado pasar de la simple expresión a la organización, a la discusión, a la propuesta, a la planeación y, en última instancia, a la acción.
Seguimos esperando que las acciones y las decisiones sean tomadas por otros, pues hasta ahora nuestras palabras han sido la base de consignas pero no de propuestas. Habría entonces que evaluar lo que ha sucedido hasta el momento, evaluar si la manifestación sigue siendo la opción para el cambio, para la transformación o si por el contrario sólo ha servido como un ejercicio catártico, como la opción para decir que se está haciendo algo socialmente relevante.
En efecto, no se niega que toda marcha requiere un momento de planeación y organización, pero la pregunta es, ¿y qué sucede después una vez que la marcha ha terminado?, ¿qué pasa con todos sus miembros? Se dispersan, fin de la organización.
Las marchas, como toda manifestación social, tienen su propia historia y pueden ser consideradas en realidad como el resultado de una larga batalla por la libertad de expresarse en este país, por la libertad de hacer públicas las inconformidades, las irregularidades o los abusos de poder.
Son al mismo tiempo el final de un proceso y el comienzo de otro, la evidencia de que siempre una sociedad organizada tiene más posibilidades de transformar su entorno y a sí misma de acuerdo a sus propias necesidades y no a las necesidades de unos cuantos. Por lo tanto, si bien se le reconoce como un punto de llegada, hasta ahora no ha sido claro su tránsito posterior.

La clave está entonces en comenzar a reflexionar sobre nuestras prácticas socioculturales, sobre la finalidad de nuestras manifestaciones, sobre otras formas de manifestarse, de hacerse presente en la transformación de lo social. La manifestación pública no debe ser vista como la única opción, sino como una más, o mejor, como la última opción para el cambio.
El primer paso ya está dado desde hace tiempo, pero la responsabilidad del que convoca no debería terminar con la marcha, sino con una serie de discusiones posteriores con la elaboración de propuestas, con su consiguiente discusión y socialización, con su canalización a las instancias gubernamentales correspondientes, con el seguimiento a las mismas y, finalmente, con la evaluación posterior de lo sucedido.
La marcha es una oportunidad social, pero también ha sido un elemento de visualización de pequeños grupos que han visto en ella una gran oportunidad propagandística, así que la sociedad debe comenzar a evaluar seriamente a todos estos grupos y sus acciones, muchas de las cuales no duran más que la marcha de un contingente. Hay que evaluarlos, pues muchos de ellos no se han dado cuenta de esto.
Por otro lado, algunos grupos ya se han sumado a la gran marcha que se convoca a nivel nacional para los próximos días y muchos más, ya le han puesto su nombre a la marcha, pero, ¿quién se ha propuesto como responsable de lo que suceda después, de la discusión, canalización y evaluación de lo sucedido?
Finalmente, un último comentario sobre la organización y las movilizaciones. En un artículo anterior hacíamos una fuerte crítica a la falta de organización y movilización de los jóvenes, pero ahora es tiempo de rectificar, pues hace unos días cientos de jóvenes salieron a las calles de la Ciudad de México y de Monterrey con los ojos llenos de lágrimas para pedir la no desintegración de RBD, su grupo de música pop favorito. Marcharon y expresaron su apoyo a la agrupación, lloraron y terminaron por aceptar que, pese a que era un golpe fuerte en sus vidas, tendrían que aceptarlo y aprender a vivir con ello. Así que los jóvenes sí se organizan, sí se manifiestan y sí reflexionan sobre sus problemas.
Está bien, los jóvenes se organizan, lástima que su organización tenga perdida la brújula, lástima que tanta energía se pierda en el aire y lástima que el diagnóstico sea tan pobre y la organización socialmente no haya servido para nada. Así que la crítica a la organización puede ser falsa, pero aparece una peor en el horizonte y quizá sea cierto que somos un grupo social con el rumbo perdido. Habrá que comenzar a pedir ayuda.

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